Por María Martín Catena
Cómo sabréis, el curso anterior fuimos 12 los afortunados en poder irnos de Erasmus, yo en mi caso, estudiante de administración y finanzas era la única de mi clase que iba, así que no conocía a nadie. El instituto nos puso unas clases extra de inglés una vez a la semana así que tuve la oportunidad de conocer a los demás que iban a acompañarme en esta aventura.
Cuando te dan la noticia todo bien, te dicen que vas a una isla preciosa durante casi tres meses a vivir mil experiencias y aprender a trabajar sobre lo que has estudiado y encima en otro idioma, que más puedes pedir. Pero en mi caso, y supongo que algunos le entraran dudas también por su situación personal, cuando llegó el momento de irme fue un poco complicado.
Yo llevaba años queriendo tener una experiencia así en el extranjero, por lo que no me costó mucho decidirme. Pero nunca olvidaré el momento en que el avión dirección a Malta estaba despegando, después de haberme pasado la noche sin dormir, despidiéndome de mi novio, estaba asustadísima, pensando que se me iba a hacer eterno, “¡Dios, mío! ¿Qué estoy haciendo? Me voy lejos y hasta dentro de tres meses no le voy a ver…” Se te pasa de todo por la cabeza.
Cuando llegué allí nos estaban esperando, nos separaron según los que íbamos a vivir en cada zona. A mí me tocó con un chico y una chica de mi instituto, que apenas conocía más que de las clases de inglés (he de decir que tuve suerte porque son geniales y a día de hoy son buenos amigos). Nuestro apartamento estaba en Msida, cerca de un bonito skatepark, una buena zona para vivir cuando ya te lo conoces todo un poco porque está muy bien conectado con toda la isla así que movernos de un lado a otro no nos suponía mucho tiempo. Total, que allí nos dejaron, y al cruzar la puerta de casa no solo encontramos un bonito y grande apartamento si no que ya teníamos flatmates: evidentemente, al ser un piso de estudiantes ya había algunos viviendo allí. Nuestro piso era de 8 personas, “¡Qué barbaridad!” piensas al principio, pero oye, luego me encantaba llegar a casa y siempre estar rodeada de gente.
Las dos primeras semanas fueron bastante duras, echas de menos tu pareja, amigos, familia… A mí se me juntó que me dio lumbago y estuve tres días sin poder moverme de la cama, y encima tuve un problemilla en la empresa de prácticas que me asignaron pero que por suerte, se resolvió en seguida. Y sí, puede que vuestras primeras semanas también sean difíciles, adaptándoos a un nuevo país, con el idioma, los compañeros de piso, el vivir siendo independiente, la nostalgia… Pero os aseguro que no dura más que eso. Recuerdo el día que hicimos un mes estando en Malta, ya estaba como una maltesa más, adaptada a todo e incluso con ganas de que tal vez, ya no me quisiera ir de allí.
El resto de mi estancia allí no tiene palabras para describirse, fue INCREÍBLE. En la empresa cada día estaba más a gusto, conocí gente de mil países y culturas diferentes, que siempre tienen algo que aportarte, he sido despertada por la malévola risa de mi roommate (que se divierte mucho en sueños), estuvimos en festivales, montando en furgonetas clandestinas que por menos de 2€ te llevaban a discotecas (porque otra cosa no, pero fiesta en Malta no falta), nadando con delfines, fuimos a hacer buceo, snorkel, cenando a pie del mar en la bonita Sliema, visitando las playas y lugares increíbles que tiene Malta, barbacoas en la playa, llegar a casa y poner la música a todo volumen y bailar por todo el salón mientras haces la cena con tu super compañera de habitación…
¿Y qué pasa cuando tienes que volver? Nunca me había sentido de ese modo, era felicidad y tristeza a la vez, querer volver a casa pero a la vez no querer irme de allí. Hay tantas personas que ni si quiera sé si alguna vez volveré a ver, y os aseguro que siempre tendrán un gran lugar en mi corazón. ¿Pero es lo que tienen las cosas buenas, no? Que siempre se acaban. Eso sí, al llegar a España todo estaba en su sitio: mi novio, mis amigas, mi familia… Todo está donde lo dejaste, eres tú la que vuelve llena de experiencias que contar. ¿Qué lo que os da miedo es el idioma? Pues quitad ese pensamiento ahora mismo de vuestra mente, he conocido gente allí que cuando llegó se comunicaba casi por signos y al mes y poco ya tenía conversaciones básicas con los demás, todo allí se mejora, absolutamente todo, tanto tus habilidades como tu forma de ver la vida. Así que no tengáis miedo, no vais a perder nada, de verdad, si tenéis la oportunidad de iros de Erasmus, no la dejéis escapar. Para mi sinceramente es lo mejor que me ha pasado en la vida.